(...)
Y, como la luna, entramos en la noche
sin saber dónde vamos, y la muerte
va creciendo en nosotros, sin remedio,
con un dulce terror de nieve fría.
La carne se deshace en la tristeza
de la tierra sin luz que la sostiene.
Sólo quedan los ojos que preguntan
en la noche total, y nunca mueren.
José Luis Hidalgo: Los muertos , 1947.
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